EL LADO OPUESTO DEL PLANETA
- L.R.I.
- 10 ene 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 17 feb 2020
¿Estás seguro de conocer a las personas con las que convives?
La verdad es que solo ellos mismos conocen su verdadera naturaleza. Así que es mejor no confiarse de nadie o podrías quedar asombrado.
A unos cuantos años luz de nuestra galaxia existe una comunidad donde todos sus habitantes son cordiales y se apoyan unos a otros.
Cada individuo es propietario de un pequeño planeta, donde uno puede darle la vuelta completa en unos cuantos pasos. Los inquilinos usualmente gustan de construir una elegante casa y dejar el resto del mundo como jardín, mientras que otros prefieren una pequeña casa con una gran piscina.
Uno de esos pequeños mundos estaba listo para recibir a su nueva dueña, una chica llamada Bianca quien decidió hacer de ese lugar, su nuevo hogar. Ella era apenas la segunda humana que llegaba a esta comunidad, y enseguida se hizo muy amiga de todo el vecindario.
Su planeta estaba tapizado de hermosas flores de colores en cuya orilla se alzaba un gran y frondoso árbol, que cubría la mitad del planeta con tres gruesas ramas principales. La primera y más ancha en el centro, y las otras dos, se abrían hacia cada uno de los polos.
Bianca se dio el lujo de construir dos hermosas casas, una a cada lado opuesto del planeta, divididas por la rama central cuyas hojas formaban una cortina entre las dos. Una era de color amarillo pastel, mientras que en la otra predominaba el lila.
Los vecinos acostumbraban a tomar el almuerzo en la casa del último residente que se mudaba, llevando consigo deliciosos postres. Antes de Bianca, Matilda era la anfitriona de los almuerzos. También era una chica humana, la cual se jactaba de las ricas bebidas que preparaba para sus invitados.
Pasado un tiempo se hizo común que Bianca recibiera visitas a diario de alguno de sus vecinos, en su hermosa casa amarilla.
Una mañana llegó su amigo el gato. Un tipo elegante de traje y corbata. Don felino le decían sus amigos.
Tomaron un espumoso latte con unas riquísimas galletas que don felino había comprado en otra galaxia. Al término del almuerzo le expresó su agradecimiento y le dijo:
—Delicioso como siempre y tu casa tan bella e impecable como de costumbre.
—Gracias querido amigo, sabes que adoro recibir visitas —respondió Bianca.
—Pero es sabido que tienes otra casa, a la cual nunca nos has invitado, ¿por que la razón? —preguntó don felino.
—Querido amigo, en ese lugar vive conmigo un fantasma y no quisiera que espantara a mis invitados.
Don felino tomó su abrigo y le contestó:
—¡Sea pues así, es mejor quedarse aquí! —Y se retiró.
Bianca lavó los trastes, limpió la mesa, el piso y se fue a su casa lila en el lado opuesto del planeta junto con las galletas que sobraron.
Al llegar, arrojó los zapatos al suelo sacudiendo cada pie. Se puso la pijama, caminó de puntas hacia su dormitorio esquivando los diversos objetos que se hallaban en el suelo, empujó las tantas cosas abarrotadas sobre su cama, se recostó y se dijo a sí misma.
—Tanta molestia para unas pocas galletitas.
Al día siguiente Buhócuqui fue a tomar el té en su casa amarilla, llevando con ella una rica mermelada.
Bianca la recibió con una cara sonriente y animada. Llevaba puesto un vestido azul cielo plisado con un hermoso cuello blanco.
Tomaron un té de rosas y untaron la mermelada en un pan tostado. Al despedirse Buhócuqui. Agradeció sus atenciones y dijo.
—Muy rico como siempre y tu casa tan espléndida como de costumbre.
—Gracias querida Cuqui, siempre eres bienvenida aquí.
—Pero es sabido que tienes otra casa, una color lila ¿Cuándo será que podamos conocerla? —preguntó Buhócuqui.
—Querida Cuqui, yo quisiera, pero en esa otra casa tengo una mascota muy brava, la cual temo pueda morder a alguien.
Buhócuqui tomó su abrigo y le contestó:
—¡Sea pues así, es mejor quedarse aquí!. —Y se retiró.
Al quedarse Bianca sola, limpio los trastes, trapeo y sacudió. Tomó la mermelada y se dirigió a la casa lila donde arrojó sus zapatos y su ropa al suelo. Se puso la pijama y aventó hacia un lado las tantas cosas de su cama. Tomó una cuchara del suelo, abrió el tarro y se dijo a sí misma.
—Tanta molestia para una empalagosa mermelada.
Al otro día llegó doña Panda muy arreglada, con un magnífico moño rosa en la cabeza y un apetitoso pastel de amaretto. Bianca la recibió a juego con un vestido negro de olanes blancos.
Acompañaron el pastel con un rico té verde y al finalizar el almuerzo, doña Panda le dijo:
—Maravilloso como siempre y tu casa tan acogedora como de costumbre.
—Gracias amiga Panda, es un placer almorzar contigo.
—Pero es sabido que tienes otra casa, espero que un día podamos tomar el té ahí —comentó doña Panda.
—Sería un gran gusto invitarte, pero por ahora tengo la casa en remodelación —argumentó Bianca.
Doña Panda tomó su abrigo y le contestó:
—¡Sea pues así, es mejor quedarse aquí!
Al irse la señora Panda, Bianca recogió y lavó los trastes, sacudió la casa y limpió el piso. Tomó el resto del pastel y se dirigió a su casa lila. Al llegar arrojó sus zapatos al suelo, se puso la pijama y empujó el cúmulo de cosas sobre su cama, las cuales ya desbordaban. Se recostó en un espacio y se dijo a sí misma.
—Tanta molestia para un insípido pastel.
Cada vecino diferente que acudió al almuerzo terminaba por realizar la misma pregunta curiosa sobre su otra casa. Sin embargo ella inventaba alguna excusa para no recibir a nadie. Concluyendo su día con la misma rutina en la casa lila.
Un día asistió a su casa la joven humana Matilda, quien llevó unas ricas trufas de chocolate.
Tomaron un capuchino y solo Bianca comió trufas ya que Matilda expresó que se encontraba a dieta.
Al término del almuerzo Matilda le dijo:
—Un magnífico café y tu casa tan bonita como de costumbre.
—Muchas gracias, querida Mati, adoro que vengas a verme —respondió Bianca.
Matilda tomó su abrigo y se fue.
A Bianca se le hizo muy extraño que fuera la única que no le preguntara sobre su otra estancia.
Comenzaba a recoger la mesa cuando un profundo sueño la invadió, así que dejó todo como estaba, tomó las trufas que quedaron y se fue a su otra casa. Empujó las cosas sobre su cama y se recostó diciéndose a sí misma.
—Tanto para unas cuantas trufas. Quedándose al momento profundamente dormida.
Matilda regresó al planeta de Bianca y se asomó por la ventana de la casa amarilla. Al no ver a nadie se dirigió a la casa contraria, donde halló asombrada el gran tiradero que había dentro, y encontró a Bianca recostada en su cama cubierta de trastes sucios, ropa y basura. Podían verse telarañas en las paredes; polvo cósmico cubriendo los muebles; cosas regadas por doquier; envases y envolturas de dulces, los cuales algunos estaban sin terminar y cubiertos por hongos.
Matilda fue con el chisme a sus vecinos, quienes llegaron a la conclusión de que Bianca se desvivía por tener tan reluciente su casa amarilla que terminaba muy cansada para continuar con la limpieza en la segunda casa, así que cuando ella todavía dormía, todos los vecinos fueron a la casa lila a ayudar a limpiarla.
Al terminar de escombrar, Matilda colocó una cámara escondida dentro de unas flores, sin decirle a nadie.
Bianca despertó y quedó sorprendida de ver su ropa lavada y doblada, los trastes limpios, el piso despejado y su cama tendida.
Los vecinos siguieron yendo a tomar el almuerzo sin soltar una sola palabra de lo que habían hecho.
Después de algunos días, Matilda decidió activar la cámara que instaló. La casa se encontraba como antes de que fueran a limpiarla y en ese momento vio entrar a Bianca quien siguió su rutina habitual. Se quitó los zapatos y los arrojó al piso, se puso la pijama y fue a su cama, la cual estaba nuevamente abarrotada de cosas. Se recostó junto con un par de panquecitos y dijo:
—Tantas molestias para unos desabridos panques.
Pasaron los días y Matilda grabó cada uno de los gestos y comentarios que Bianca realizaba al estar en la casa lila, y los envió por correo a todos los vecinos.
Bianca sin sospechar nada preparó todo para su siguiente invitado de la mañana, sin embargo, nadie llegó. Así pasaron los días sin que alguien fuera a tomar el almuerzo. Se le hizo muy extraño que nadie la visitara o la llamara.
Sentada junto a la ventana observaba los planetas de su vecindario y se dio cuenta que cada día un diferente vecino visitaba a Matilda quien de nuevo había tomado la batuta de los almuerzos.
Bianca regresó muy enojada a su casa lila, pensando en las patrañas que Matilda hubiera podido decir para que todos la odiaran.
Al entrar a su casa sacudió un pie para quitarse el zapato y este tiró un florero, cuyas flores secas arrojaron la cámara escondida. Pero debido al tiradero de Bianca, ella nunca lo notó. Empujó las tantas cosas sobre su cama, se recostó y se dijo a sí misma
—Mañana por la mañana iré en busca de nuevos vecinos.
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