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“WENDIGO”

  • Foto del escritor: L.R.I.
    L.R.I.
  • 10 ene 2020
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 4 nov 2020



Todos escondemos secretos. Pero... ¿Y si tu propia mente te esconde a ti mismo un secreto? Un secreto olvidado que habita en tu interior.


Mariana iba a toda prisa por las escaleras, no podía tener una falta más en clase o la suspenderían. De pronto, un paso en falso la hizo resbalar y rodar por los escalones. Al llegar al suelo, se sintió algo mareada, llevó su mano hacia su cabeza y notó un chichón. Miró hacia todos lados y para su fortuna no había nadie cercano que pudiera haberse dado cuenta de lo sucedido.  Se levantó, se sacudió y fue a clase.

Mariana había estado muy distraída los últimos días. No podía concentrarse ni pensar en otra cosa que no fuera el recuerdo de aquel fatal suceso, el cual se presentaba en su cabeza a todas horas. No lograba dormir no podía comer ni tampoco enfocarse en la escuela. Tan solo una cosa llegaba a su mente. Esas imágenes perturbadoras acompañadas por el sonido de ese grito agudo. No podía contárselo a alguien, porque nadie le creería y solo la darían por loca.

Al término de las clases fue a la biblioteca tratando de apaciguar su mente con alguna lectura. Escogió un libro al azar y fue directo hacia un cubículo. Abrió el libro en una página en la cual, se exponía un cuerpo abierto. La muy tonta había tomado un libro de medicina con la imagen de un paciente cuyo estómago habían cortado. La carne y la sangre de la imagen hicieron su mente trabajar: flasheando imágenes que la hacían recordar como el rojo brillante de aquel líquido vital recorría el cuello de su amiga Beatriz mientras una bestia la devoraba. Cerró el libro con fuerza, se colocó sus audífonos a todo volumen, cruzó los brazos sobre la mesa hundiendo su cabeza en estos y comenzó a recitar en voz baja la letra de la canción que escuchaba.

Cuando se levantó, ya era de noche, la biblioteca estaba vacía, solo quedaba ella. Salió de inmediato sin ver a nadie. La escuela también se había quedado sin gente. Temió que la hubieran dejado encerrada y corrió hacia la salida. Como ella sospechaba se había quedado atrapada. La cerradura de la reja se encontraba con llave y estaba rodeada por una gruesa cadena con un gran candado. Pensó que alguien debía quedarse a cuidar de las instalaciones, así que se dirigió a los salones a buscar al vigilante. 

—¡Hola! —gritaba mientras caminaba por el patio. 

De pronto vislumbro una pequeña choza arrinconada a la orilla del patio, la cual jamás había visto o nunca había prestado atención. No estaba iluminada y la oscuridad de la noche parecía hacerla más rústica de lo que era. No estaba hecha de ladrillos, sino de troncos, con una pequeña ventana al lado de la puerta, la cual estaba tapada con una cortina blanca. Tocó la puerta y nadie contestó, tocó por segunda vez sin recibir respuesta, así que decidió seguir su camino. Cuando de pronto la luz de dentro se encendió. 

—¡Hola, buenas noches, me quedé encerrada y quisiera que me pudiera abrir la reja para poder irme a casa…! —exclamó con fuerte voz— ¡Hola! —volvió a repetir, pero nadie le respondía, así que se marchó de ahí. 

Siguió su peregrinaje por la escuela sin encontrar a alguna persona que pudiera auxiliarla. Pasó nuevamente por la choza y se dio cuenta que esta tenía una chimenea de la cual salía humo y que no había notado anteriormente, así como un gran árbol junto a esta que dejaba caer sus ramas sobre el techo.

Mariana había visto suficientes películas de terror como para saber que era una mala idea ir hacia esa cabaña, por lo que decidió entrar a un salón, pero ninguno podía abrirse. Todas las puertas de los salones estaban cerradas. Incluso la biblioteca de la cual había salido se encontraba bajo llave. No tenía donde refugiarse, así que se quedó sentada en la reja de la escuela esperando a que alguien pasara para pedirle ayuda. Pasaron unas horas y el frío de la noche se hacía cada vez más intenso. Parecía que en cualquier momento comenzaría a caer un copo de nieve. Temerosa de que pudiera morir congelada, no le quedó más remedio que ir nuevamente a la cabaña. La luz seguía encendida y de la chimenea continuaba saliendo humo. Temblando se paró en la entrada, lentamente levantó el brazo y cerró el puño para tocar la puerta, sabiendo que lo que estaba haciendo no era una buena idea. Pero el frío parecía hacerse cada segundo más intenso. Ya decidida a dar el primer toquido, la puerta se abrió por completo.

—¡Buenas noches! — Dijo con voz entrecortada.

Nadie contestó y decidió entrar a la cabaña. La puerta se cerró de golpe tras de ella. El lugar parecía no haberse habitado desde hace mucho tiempo. Muebles antiguos llenos de polvo y telarañas; ni siquiera la chimenea estaba encendida. Dio la vuelta y abrió la puerta, pero el panorama ya no era el mismo, ya no estaba en la escuela sino en un bosque oscuro. Volvió a cerrar y a abrir la puerta un par de veces queriendo ver de nuevo el patio, pero no sucedía nada.

Comenzaba a desesperarse y a caminar de un lado hacia otro, preguntándose qué es lo que estaba pasando. 

A lo lejos escucho una voz femenina que la llamaba por su nombre. Se asomó por la ventana sin ver a nadie. Tomó un sartén viejo y oxidado que se encontraba en una mesa de madera esperando a atacar a lo que fuera que se apareciera. La puerta se abrió, y una hermosa y esbelta dama de blanca piel, con un cabello largo, lacio y oscuro entró. Traía puesta una túnica blanca, andaba descalza y con una pierna vendada manchada de sangre. La mujer caminó cojeando hacia Mariana diciendo.

—¡Ya es hora, ya es hora!

La hermosa dama comenzaba a transformarse: de su boca crecieron unos afilados y grandes dientes, su cuerpo se hizo más tosco, de sus dedos salieron unas gruesas garras y de su cabeza brotaron unos enormes cuernos.

—¡Tengo hambre!

Mariana retrocedió y al topar con la pared cerró los ojos con fuerza. De pronto se hizo el silencio. Abrió los ojos y se hallaba de regreso en la biblioteca. Miró por la ventana y aun era de día con la escuela llena de estudiantes.

Salió a toda prisa del edificio, y al estar en el patio volteó hacia el lugar donde había visto la choza, sin encontrar nada.

Al llegar a la salida chocó con Beatriz, quien iba con dos amigas más. Mariana quedó boquiabierta sin saber qué decir. Ella la había visto muerta y desangrándose. 

Beatriz le sonrió y le dijo.

—Nos vemos mas tarde.

Mariana no entendía lo que sucedía. Se preguntaba si tan solo había sido un sueño todo aquello que recordaba.

Decidió seguir a Beatriz sin que la viera. Mariana se sentó en una de las bancas del patio cuando su celular sonó. Era un mensaje de Beatriz que decía: “Te veo en el estacionamiento en cinco minutos”

Mariana se dirigió hacia allá y vio a Beatriz recargada en un auto color plata.

—Vayámonos, que se nos hará más tarde. —le menciono Beatriz, abriendo la puerta del carro.

Ambas subieron al auto y Mariana le  preguntó.

—¿A dónde vamos?

A lo que Beatriz respondió.

—¿Cómo que a dónde? Quedamos en ir hoy a estudiar a mi casa.

En el trayecto la llanta del carro se reventó e hizo que Beatriz saliera del camino, quedando varadas en una zona boscosa.

Ninguna de las dos sabía cómo cambiar un neumático, y sus celulares no tenían señal, así que esperaron a que algún conductor las pudiera socorrer. Pasó una hora y nadie pasaba por el lugar. Beatriz tenía que ir al baño así que le dijo a Mariana que se adentraría en el bosque y saldría en un momento. A Mariana eso no le pareció buena idea, pero no podía estar con ella en un asunto como ese, así que la espero en el carro. Pasó mucho tiempo y Beatriz no aparecía. Decidió entrar en el bosque y buscarla. Le gritaba con fuerza hasta que logró escuchar su voz. Beatriz apareció de pronto y tomó la mano de Mariana, jalándola y diciéndole que había encontrado una casa, pero no quería entrar sola.

Mariana no pudo zafarse, y cuando llegaron al lugar observó que era la misma cabaña con la que había soñado.

El humo salía de la chimenea y el mismo árbol frondoso recargaba sus hojas en el techo. La puerta se abrió y salió la mujer herida de pálida piel que había visto en su sueño, pero esta vez llevaba puesta ropa de campo y su vendaje en la pierna estaba limpio.

—Entren niñas, —les dijo la mujer— el bosque no es para que dos jovencitas anden solas.

Beatriz le preguntó si podía usar el teléfono, a lo que la mujer respondió que no contaba con uno en su morada. Pero podía ofrecerles alojamiento por la noche y por la mañana ir a buscar ayuda.

La cabaña estaba limpia y olía a comida. El mismo sartén que había tomado Beatriz en su sueño se encontraba en la mesa, pero este se veía como nuevo.

La mujer les ofreció un poco de alimento y se dirigió a la cocina pidiéndole a Beatriz que le ayudara, así que la acompañó.

Mientras Mariana recorría con la vista la cabaña, escuchó el agudo grito tan familiar que había oído antes. Corrió hacia la cocina y  vio al monstruo devorando a Beatriz. Tomó un cuchillo y se lo clavó al engendro. Este la golpeó y la aventó a lo lejos, diciéndole.

—¿Qué haces?, si estamos juntas en esto.

Beatriz no sabía de lo que hablaba, retrocedió y se miró en un espejo que se hallaba en la pared. Notó en su reflejo que ella también era un monstruo similar al que acuchilló.

De pronto todo se aclaró. Recordó el golpe en las escaleras, el cual había confundido su mente y la hizo olvidar que ella era un Wendigo quien debía buscar comida para alimentar a su hermana herida. Le sacó el cuchillo y ambas devoraron el cuerpo de Beatriz.


 
 
 

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